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Sobre el Eneagrama (III)

Eneagrama

El Propósito del Eneagrama.

El Eneagrama muestra los patrones mediante los cuales organizamos e interpretamos nuestras experiencias. Su principal premisa es que, si podemos ver el patrón central alrededor del cual organizamos e interpretamos nuestras experiencias, es decir, el marco en el cual colocamos los acontecimientos de nuestra vida, podremos progresar más rápidamente en nuestro crecimiento psicológico y espiritual. Ese patrón central es, obviamente, nuestro tipo de personalidad.

Cuando reconocemos nuestro tipo y vemos cómo funciona en nosotros mismos, aparecen algunos aspectos de nuestra personalidad que han estado ocultos y que, paradójicamente, empiezan a relajarse. De repente, disponemos de mucho más espacio psicológico en el que poder maniobrar porque nos vemos desde una perspectiva más amplia.

No es una exageración decir que uno de los aspectos más importantes del Eneagrama es mostrarnos dónde la personalidad «nos pone la zancadilla» más a menudo, pues resalta tanto lo que es posible para nosotros como lo contraproducentes e innecesarias que son muchas de nuestras conductas y reacciones. Nuestro tipo de personalidad tiene cualidades positivas y negativas, pero no nos hacemos ningún favor exaltándolo o condenándolo, y mucho menos utilizándolo para juzgar a otras personas o sus tipos.

No importa cuál sea nuestro tipo de personalidad, ni tampoco qué forma en particular haya adoptado nuestro ego, todos nosotros afrontamos un problema central: nos hemos alejado de nuestra más profunda naturaleza. Es posible que tengamos el presentimiento de que lo que yace bajo la estructura de la personalidad es algo milagroso, justo lo que hemos deseado por encima de cualquier cosa, aunque hayamos buscado por todos lados para encontrarlo. A pesar de nuestros presentimientos, resulta difícil desprendernos de nuestra personalidad y creer que hay algo más «esencial» en nosotros. Es difícil creer que hay una chispa de divinidad en mí.

Sin embargo, también son buenas noticias porque las estructuras de nuestra personalidad nos dicen cuáles son los principales obstáculos de nuestra verdadera naturaleza. Esa es la razón por la que el Eneagrama, utilizado adecuadamente, es una herramienta extraordinaria para el desarrollo psicológico y espiritual, ya que ilumina las partes inconscientes de nosotros mismos que interfieren para que vivamos más plenamente. Demuestra que lo que se interpone entre nosotros y la felicidad absoluta es el apego a nuestra personalidad.

Quizá una de las nociones más difíciles de aceptar al principio del trabajo de transformación es que la personalidad – el ego y sus estructuras – es un constructo artificial. Aunque parecía real porque hasta ahora había sido toda nuestra realidad. Identificarnos con nuestra personalidad ha sido la base de nuestra vida y la forma en que hemos vivido y, mientras nos ha facilitado hacerlo, ha sido una amiga útil e incluso valiosa.

Sin embargo, a medida que nuestro entendimiento profundiza, no nos queda más remedio que aceptar la dura realidad de que la personalidad es, principalmente, una serie de defensas y reacciones internas, creencias y hábitos profundamente arraigados sobre el yo y el mundo que procede del pasado, especialmente de nuestra infancia. Dicho de otra forma más sencilla, la personalidad es un mecanismo del pasado, puede que uno que nos ha ayudado a sobrevivir hasta la fecha, pero cuyas limitaciones pueden apreciarse ahora. Todos nosotros sufrimos un caso de falsa identidad: hemos olvidado nuestra verdadera naturaleza y creemos que somos la personalidad. La razón por la que debemos investigar las defensas de la personalidad y las zonas vulnerables que está protegiendo es que así podemos volver a experimentar nuestra naturaleza esencial – nuestro núcleo espiritual – y saber directamente quiénes somos en realidad.

Cada uno de nosotros vino al mundo como pura Esencia, aunque esa Esencia estaba aún por desarrollar. Y todos hemos tenido también una madre y un padre (o unos cuidadores) que ya tenían sus personalidades muy colocadas. Puesto que tenían que protegerse de los vacíos y carencias de su propio desarrollo, les resultaba imposible facilitar por completo el desarrollo de todos los aspectos de nuestro espíritu por mucho que nos quisieran. En pocas palabras, puesto que no vivían con la plenitud de su propia Esencia, no podían reconocer ni ayudarnos a desarrollar la plenitud de la nuestra. Visto desde esta perspectiva, podemos observar también que esos obstáculos se remontan a muchas generaciones más.

Nuestros padres, sin darse cuenta, nos enviaron «mensajes» cuando éramos niños para que escondiéramos lo que éramos. Poco a poco, llegamos a creer que no era seguro tener o mostrar una o algunas partes de nosotros mismos. No importa la buena intención de nuestros padres, el caso es que, hasta cierto punto, todos hemos sucumbido al proceso de esconder y ocultar nuestra verdadera naturaleza esencial. Llevados por la necesidad de ajustarnos inconscientemente a nuestros cuidadores, surgió la necesidad de forjarnos una personalidad. Empezamos a creer que «lo que soy no es aceptable y, por tanto, necesito ser diferente. Es posible que necesite ser más alegre, más callado o menos enérgico». El precio de estos necesarios ajustes de supervivencia es muy alto, aunque posiblemente lo más costoso sea que, poco a poco, nos aterroriza que nos vean como lo que somos. Hemos pasado la mayor parte de la vida sin dejar que nos vean, sin ver a los demás y, lo que es más destructivo, sin querer vernos a nosotros mismos.

Todos podemos recordar momentos en los que, si hubiésemos dicho las palabras equivocadas, si nos hubiésemos dejado llevar por la furia, el sarcasmo o el orgullo, el resto de nuestra vida habría tomado un rumbo muy distinto. Todos podemos recordar esos momentos cruciales en los que podríamos habernos dejado arrastrar por la fuerza de nuestra personalidad, pero no lo hicimos. Algo se interpuso. Ese algo era la consciencia.

La consciencia es parte de nuestra naturaleza esencial: es el aspecto de nuestro Ser que registra la experiencia. La consciencia es una capacidad tan fundamental que resulta imposible imaginar lo que sería la vida sin ella. En términos más coloquiales, podemos definir la consciencia como la capacidad para prestar atención. Por desgracia, nuestra atención está atrapada normalmente en profundas identificaciones con las preocupaciones de la personalidad: fantasías, ansiedades, reacciones o recuerdos subjetivos. Cuando la consciencia se identifica con esos aspectos de la personalidad, perdemos el contacto con la inmediatez de la experiencia vivida. Nuestra atención se aleja de una perspectiva más amplia y se retrae de lo que realmente sucede a nuestro alrededor. Se contrae dentro de preocupaciones o reacciones más estrechas y luego «nos quedamos dormidos».

Sin embargo, cuando empezamos a prestar atención a lo que verdaderamente sucede, es decir, cuando empezamos a ser más conscientes de las sensaciones e impresiones del momento presente, algo muy interesante tiene lugar. El mero hecho de volver a prestar atención al presente hace que nuestra consciencia se expanda. Nos volvemos conscientes de mucho más que las restringidas preocupaciones de la personalidad y conectamos de nuevo con aspectos de nuestra naturaleza que no sospechábamos que existiesen.

«Comprendiendo el Eneagrama» – Don Richard Riso y Russ Hudson

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